Un grupo de investigadores de la Universidad de Nueva York, que acaba de presentar un trabajo de investigación en la revista ‘Nature’, asegura que no solamente las células del cerebro son capaces de aprender y memorizar.
Es bien sabido que todo aquello que aprendemos, recordamos y memorizamos es producido por células del cerebro conocidas como neuronas. Éstas se encargan de procesar y transmitir información y juegan un papel fundamental en cualquier proceso cognitivo.
No obstante, ¿podrían existir otro tipo de células que no necesariamente estén en el cerebro y que también tengan la capacidad de aprender y memorizar?
Esta pregunta, en sí misma, podría resultar contraintuitiva y descabellada porque normalmente asociamos al cerebro con la memoria y el aprendizaje.
Sin embargo, hace unos días, un grupo de investigadores del Centro de Ciencias Neuronales de la Universidad de Nueva York, presentó un trabajo de investigación, publicado el pasado 7 de noviembre en la revista Nature, en el que afirman haber descubierto que células de otras partes del cuerpo también son capaces de memorizar.
Concretamente, hallaron que las células capaces de tener recuerdos se encuentran en los tejidos nerviosos y otras más en los tejidos renales (aquellos relacionados con los riñones).
Al respecto, en una reciente entrevista para el portal de internet Medical Xpress, uno de los autores, Nikolay Kukushkin, mencionó que “aprender y el proceso de memorización están generalmente asociados con el cerebro, pero nuestro estudio muestra que otras células del cuerpo también pueden aprender y formar memoria”.
Por lo tanto, el objetivo principal de esta investigación no solamente fue haber encontrado células capaces de memorizar y aprender, sino también comprender cómo lo hacen.
Para intentar entenderlo, Kukushkin y sus colegas replicaron el aprendizaje que se produce a lo largo del tiempo estudiando dos tipos de células humanas no cerebrales situadas en el tejido nervioso y en el tejido renal. Posteriormente, las expusieron a diferentes patrones de señales químicas.
Hay que decir, además, que las células cerebrales -para guardar recuerdos y memorizar– están expuestas a ciertos patrones de neurotransmisores cuando se exponen a nueva información.
De ahí que los neurotransmisores sean una especie de mensajeros químicos cuya función es la de enviar señales (o dejar de enviarlas, como si fueran un interruptor de encendido y apagado) para que las neuronas generen (o no) un impulso eléctrico. Y los impulsos eléctricos, a su vez, sirven para que éstas puedan comunicarse.
Ahora bien, una vez que las células no cerebrales fueron expuestas a diferentes patrones de señales químicas, los investigadores descubrieron, para su perplejidad, que éstas activan un “gen de memoria”. Dicho “gen de memoria” suele encenderse -curiosamente- también en las células cerebrales y se activa cuando detectan un patrón en la información, de tal suerte que de esta forma reestructuran sus conexiones para formar nuevos recuerdos.
En otras palabras, de este “gen de memoria” (se le llama así porque actúa de acuerdo con información genética predeterminada) se pensaba que únicamente se encontraba presente en las células del cerebro, pero ¡también se encuentra en algunas células que no son del cerebro!
Por otra parte, y esto también resulta sumamente interesante, los científicos se dieron a la tarea de diseñar, en el laboratorio, estas células no cerebrales. Todo ello con la finalidad de crear una proteína brillante la cual les indicaba en qué momento el “gen de memoria” estaba encendido y cuándo apagado.
Así, pudieron determinar que cuando el gen de memoria está encendido por más tiempo, las células no cerebrales tenían una mayor capacidad de aprendizaje y de memorizar.
Además, también pudieron confirmar un mecanismo que se produce en el cerebro cuando memorizamos algo.
A este mecanismo, al que los científicos denominan “efecto espaciado en masa”, muestra que tendemos a retener mejor aquella información cuando se estudia en intervalos espaciados a cuando se estudia de un solo golpe, en una sola sesión.
De hecho, gracias a este efecto espaciado en masa, Nikolay Kukushkin y su equipo lograron observar cómo el efecto de espaciado se relaciona, también, con el aprendizaje y la memoria en las células no cerebrales que estudiaron.
Respecto a las aplicaciones que en un futuro podría tener este descubrimiento, es que, por vez primera, se podrían desarrollar mejores tratamientos para prevenir y combatir enfermedades renales y de otro tipo. Por ejemplo, podrían estudiarse a las células no cerebrales del páncreas con el objetivo de reconocer aquellos patrones de comidas pasadas para mantener niveles saludables de glucosa en sangre.
También, podría tener aplicaciones en el combate al cáncer. En particular, en el hecho de cómo nuestras células memorizan los tratamientos para la quimioterapia y cómo podrían ser entrenadas para que dicho tratamiento funcione mejor.
Por ahora, solamente faltaría descubrir si otros órganos del cuerpo humano -por ejemplo, el corazón o los pulmones- también poseen células de memoria. De ser así, representaría una revolución en medicina que no debería pasarse por alto.
Redacción AN / MDS